Atresmedia sigue buscando más ficción de calidad tras tocar el cielo con “Veneno” y alcanzar cotas inimaginables para una producción española con la olvidada “Las noches de Tefía”. Llega una nueva serie para el servicio Atresplayer, en este caso es un biopic del olímpico Gervasio Deffer, donde el salto al que hace referencia el título bien podría hablar de los constantes saltos temporales que ocurren a lo largo de cada episodio. Es curiosamente como las dos series anteriores, donde una narración lineal brilla por su ausencia. En la piel del olímpico se pone Oscar Casas, el hermanísimo, siendo lo mejor de la serie con una transformación física apabullante pasando de ser una escultura griega en sus mejores años, al doble de Freddie Mercury en su decadencia. Muy alejado de ese jovencito al que vimos siendo el interés amoroso de la pequeña de los Alcántara.
Lo siguiente destacable es todos los personajes que rodean al protagonista, que como buen biopic, lleva el peso de toda la trama, apareciendo en casi todas las escenas, eclipsando a casi todos los que van apareciendo en la historia. Quizás esa sobreexposición del protagonista quita fuerza a la historia, porque tras los tres primeros episodios, no consigue enganchar precisamente por no ampliar la historia al círculo más cercano. Sorprende descubrir que sus padres son argentinos, y sobre todo la madre, la argentina Carolina Román, es la única con la que podemos empatizar algo más. Una pena que el hermano, Alfons Nieto, no tenga más minutos, al igual que sus compañeros de equipo.
Precisamente los secundarios son los que dotaban de carisma a Veneno, inolvidable Paca la Piraña y lo que irónicamente falló en su continuación Vestidas de azul. Quizás una buena dirección también ayuda a que el producto mejore y la segunda parte de Veneno no lo tuvo. Justo lo contrario ocurre en Las noches de Tefía, donde el plantel de secundarios es espectacular, siendo casi todos igual de protagonistas en un reparto muy coral, donde sobresalía Patrick Criado como La Vespa, Jorge Perugorría como el Airam que revivía su infierno, y Miquel Fernández como el contador de historias y maestro de ceremonias del Tindaya, ese escape al que se agarraban los presos del campo de trabajo franquista. En todas ellas sientes lo que les pasa a esos secundarios. Sin embargo aquí no. La actitud chulesca e irracional de Deffer, al que Casas lo borda incluso con un tono de voz que llega a ser demasiado irritante y puede resultar excesivo, genera todo lo contrario, que se merece lo que le va pasando.
Se agradece mucho la cuidada ambientación, con los efectos especiales que nos hacen vivir las Los Juegos Olímpicos desde dentro, pero esa narración saltando entre varias líneas temporales puede resultar demasiado confuso y sacarte de la trama. De hecho al ver el tercer episodio se puede dar por concluida la trama y resulta que quedan varios más, algo que no juega a su favor. Es todo demasiado intenso, demasiado sufrimiento, unas veces por lo deportivo y otras veces por lo personal. Pero descubrimos la importancia de la educación. En este caso el niño, apoyado por sus padres, decidió abandonar el colegio para centrarse en lo deportivo y la falta de esa educación tan necesaria en la infancia consiguen crear un monstruo mimado donde siempre tiene que salirse con la suya. El problema viene cuando no lo consigue y no sabe como tolerar la frustración. Sumado a la combinación con malas compañías y drogas el cóctel puede ser explosivo.
En algunos episodios podemos movernos entre las tres décadas pasadas hasta ocho veces, uno pierde la cuenta de cual es la novia de cada época o en qué situación se encontraba. De hecho las mujeres que pasan por su vida son muy importantes y están muy bien interpretadas por la desgarradora y breve Greta Fernández u Olivia Baglivi, inolvidable pareja de Milena Smit en la inquietante Libélulas. Una pena porque el producto podría ser muy interesante, pero le pasa algo muy parecido a la otra historia reciente sobre oros olímpicos, 42 segundos, donde pese a tener buenas interpretaciones de Álvaro Cervantes como Manel Estiarte y de Jaime Lorente como el hermano mayo Pedro García Aguado, le falta alma para perdurar en la memoria.