Es inevitable no sentir un apego especial por '30 monedas' a poco que se sea aficionado al fantástico en general y al terror costumbrista en particular. La serie de Álex de la Iglesia, cuya primera temporada acaba de finalizar su emisión en HBO, termina con clara intención continuista (aunque la segunda aún no se ha anunciado), y con ganas de seguir atiborrándonos, en modo ametralladora, de todo tipo de referencias al cine de terror.
Desde un punto de vista más racional, y ya con la perspectiva que da el haber ido más allá de aquel arranque abrumador por su aceleradísimo ritmo -pero donde ya se apuntaban perfectamente a los aspectos positivos y negativos que tendría el cómputo global de la temporada- el conjunto ha padecido unos considerables altibajos. Alguno de ellos (sobre todo en un tramo final que parece planificado a toda prisa) en buena medida echa por tierra hallazgos previos, alguno entretejido cuidadosamente.
De ese modo, los efectos especiales de los dos últimos episodios, como el muy poco lucido monstruo del principio del capítulo 8, empaña el buen gusto que se demostró en el arranque de la temporada, con criaturas tan logradas como el engendro mitad hombre mitad araña gigante. O, sin ir más lejos, con el extraordinario trabajo de rejuvenecimiento de los actores, un deepfake absolutamente invisible y que rivaliza con producciones cinematográficas facturadas con muchos más medios.
En general, la sensación que queda es la de que si se hubiera dedicado más tiempo a pulir detalles, o a potenciar los muchísimos que ya tiene, y que demuestran una devoción y un conocimiento profundo de los resortes del fantástico -en ocasiones más sofisticado y maduro que el de las primeras películas de De la Iglesia-, estaríamos ante una serie aún mejor. Los hallazgos no se los quita nadie, pero la sensación de "¿Y si...?" se acentúa en los últimos episodios.
Aciertos que hacen mantener la esperanza
Con todo, está claro que Álex de la Iglesia sabía lo potente que era el material que tenía entre manos. La prueba es que los personajes han permanecido, todos ellos, siempre interesantes: el trío protagonista ha funcionado muy bien, especialmente el sorprendente Miguel Ángel Silvestre, desafiando las ideas preconcebidas del espectador. Quizás el cura de Eduard Fernández haya acabado siendo el más decepcionante, debido a que sus crisis de fe y su comportamiento eternamente enigmático acaban pecando de exceso de contradicciones. Pero a cambio hemos tenido regalos como el de la Merche de Macarena Gómez, España pura en un personaje femenino cien por cien De la Iglesia.
También en los primeros compases hemos disfrutado de episodios tan gozosos como el que ha presentado a Carmen Machi como necesaria protagonista de una hipotética futura película de terror sobre los abismos de la maternidad. O el del espejo, que consigue hacer misterio sobrenatural y fantástico bizarro con elementos muy sintéticos y, de nuevo, efectos especiales a caballo entre lo gustosamente artesanal y lo inteligentemente digital. Y ya en la segunda mitad del camino, hasta episodios más funcionales como el del flashback con el pasado de Vergara son apropiadamente inquietantes e impíos.
Por desgracia la intriga iba perdiendo algo de gas según más y más elementos se sumaban al cóctel. Tropos del fantástico como los zombis, la niebla de origen sobrenatural o el doppelgänger, que por sí solos pueden explotarse ya no durante episodios, sino directamente a lo largo de series enteras, aquí son detalles marginales. El resultado es que parece que muchos de ellos funcionan como mero name dropping de conceptos fantásticos, y no se profundiza en ellos.
Y eso que la serie funciona cuando esa falta de profundización es meramente atmosférica, como todo lo relativo a la bruja -con elementos tan memorables como el espantapájaros convertido en muerto resucitado, conectando con lo mejor y más siniestro del folclore español- o lo puramente satánico -las misas negras con hostias oscuras y salmos de virtud invertida-. Funciona más como un racimo de ideas, como apuntes al (anti)natural que como una maquinaria narrativa funcional.
Los problemas llegan cuando '30 monedas' quiere contar una historia con pies y cabeza, y hace que Vergara vuelva desde Siria en coche. O adopta la estructura de monster-of-the-week solo cuando lo interesa, reiniciando recuerdos y comportamientos para que las piezas del guión encajen. El tramo final, con viajes absurdos (esa escapada a París qué) o personajes que no van a ninguna parte, como Roque o el desaprovechado Sargento Lagunas de Pepón Nieto, no terminan de cuajar.
Y sin embargo, en suma, la serie es más que un hallazgo: es casi un triunfo del fantástico televisivo patrio. Si no hay más temporadas, quedará como un experimento extraño y lleno de ideas potentísimas (todo lo relacionado con la reformulación de la mitología crística es sensacional). Y si las hay, el espacio para la mejora es considerable. En cualquier caso, un mojón clave para las ficciones terroríficas españolas.
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